Arco empedrado en una calle estrecha del casco antiguo de Pals, con casas de piedra dorada y detalles florales en los balcones.

Pals, un tesoro medieval entre piedras doradas y cuentos de dragones

Escrito por José Cotino

El sol se había escondido suavemente detrás de los tejados de Peratallada la noche anterior, pero nosotros sabíamos que nuestra aventura por la Costa Brava aún no había terminado.
A la mañana siguiente, tras un desayuno entre risas, croissants y zumo de naranja, nos subimos al coche con la misma ilusión de quien busca un tesoro escondido. Esta vez, nuestro mapa nos guiaba hacia Pals, otro de esos pueblos que parecen salidos de un cuento, donde cada piedra tiene una historia y cada esquina guarda un susurro del pasado.

Un paseo por las calles del tiempo

Nada más llegar a Pals, Nina gritó emocionada desde la ventanilla:
—¡Papá, parece un castillo gigante!

Y no le faltaba razón. Este pequeño pueblo medieval, situado en lo alto de una colina, nos dio la bienvenida con sus murallas doradas, sus arcos de piedra y sus torres que parecen vigilar el horizonte desde hace siglos.

Leo, con su gorra torcida y su espada de juguete (que nunca falta en nuestras excursiones), se convirtió inmediatamente en un caballero dispuesto a proteger a su familia. Y así, entre juegos y risas, comenzamos a recorrer el casco antiguo.

Calle estrecha y empedrada en el centro histórico de Pals, flanqueada por casas de piedra con balcones floridos.
Caminar por las calles de Pals es como viajar en el tiempo: piedras centenarias, silencio acogedor y un encanto que enamora.
Ruinas bien conservadas de la muralla medieval de Pals, construida con piedra y rodeada de vegetación.
Parte de la antigua muralla que protegía Pals en la Edad Media, aún en pie como testigo silencioso de su pasado defensivo.

Pals, la joya medieval de Girona

Pals es uno de esos lugares mágicos donde el tiempo parece haberse detenido. Su nombre viene del latín “Palus”, que significa “lugar pantanoso”, ya que antiguamente esta zona estaba rodeada de humedales.

Hoy en día, sin embargo, es un pueblo perfectamente conservado, con un encanto que enamora a primera vista. Sus casas de piedra dorada, decoradas con flores en los balcones, sus callejones estrechos y sus miradores con vistas al Ampurdán y las Islas Medas, lo convierten en un lugar ideal para soñar despiertos.

Pepe, siempre curioso, nos contó que Pals fue reconstruido con mucho cuidado durante el siglo XX para devolverle su aspecto medieval original. ¡Y vaya si lo lograron! Uno realmente siente que está caminando por una ciudad medieval, como si en cualquier momento fueran a salir doncellas, bufones o incluso un dragón amistoso.

Subiendo a la Torre de les Hores

Uno de los momentos más emocionantes de nuestra visita fue subir a la Torre de les Hores, una torre románica del siglo XI que en su momento formó parte del antiguo castillo de Pals.

Desde arriba, la vista es simplemente espectacular: campos de arroz, el azul del Mediterráneo a lo lejos, y los tejados rojizos que se extienden como un manto sobre el pueblo.

—¡Desde aquí puedo ver dragones! —gritó Leo, señalando el cielo.

No vimos dragones (esta vez), pero sí vimos la inmensidad de la historia que nos rodeaba.

Cartel explicativo junto a la Torre de las Horas en Pals, con información sobre su origen románico y su historia medieval.
El cartel nos cuenta que la Torre de les Hores es del siglo XI y es lo único que queda del antiguo castillo de Pals.
Torre románica de piedra conocida como la Torre de las Horas, en lo alto del casco antiguo de Pals, rodeada de vegetación y arquitectura medieval.
La Torre de les Hores, vestigio del antiguo castillo de Pals, vigila el pueblo desde lo alto con siglos de historia en sus muros.

Parada dulce: helado y cuentos

Después de tanto caminar, hicimos una parada en una pequeña plaza donde un heladero servía cucuruchos artesanales con una sonrisa. Nina eligió uno de frambuesa, Leo uno de chocolate (por supuesto), y nosotros aprovechamos para sentarnos en un banco a observar la vida pasar.

—Papá, ¿quién vivía aquí antes? —preguntó Nina.

Así que aprovechamos para contarles que Pals fue habitado desde la época íbera, y que su importancia creció en la Edad Media gracias a su ubicación estratégica. También les contamos que durante muchos años, sus habitantes se dedicaron al cultivo del arroz en los campos que aún hoy se pueden visitar.

Los arrozales y el mar cercano

Si hay algo que hace especial a Pals, además de su casco antiguo, son sus campos de arroz. Muy cerca del pueblo, se encuentran los arrozales que forman parte de una tradición que viene del siglo XV. Es un arroz sabroso, perfecto para preparar una buena paella… o como dijo Leo:
—¡Para alimentar a un dragón hambriento!

Desde allí, se puede llegar fácilmente a la Playa de Pals, una extensa franja de arena dorada ideal para correr, construir castillos y dejarse llevar por el viento salado del Mediterráneo. Aunque nosotros ese día decidimos quedarnos en el pueblo, sabemos que volveremos para mojar los pies en sus aguas.

Consejos viajeros para visitar Pals en familia

  • Evita las horas de más calor: Las callejuelas son frescas, pero la subida a la torre y el paseo bajo el sol puede cansar a los más peques.
  • Lleva calzado cómodo: El empedrado medieval es precioso… ¡pero irregular!
  • No te pierdas la tienda de cerámica artesanal, llena de colores y formas que parecen salidas de una película animada.
  • Ideal para dibujar o pintar: Nina llevó su cuaderno de dibujo e hizo un boceto de la torre que ahora cuelga orgulloso en la nevera de casa.

Un lugar para volver

Pals es uno de esos sitios que uno guarda en el corazón. Porque no solo es bello, sino que invita a imaginar, a jugar, a aprender. Es historia viva contada con piedras y flores, es viento suave entre los olivos, es el murmullo de siglos que aún se escucha entre sus muros.

Y así, con el alma llena de imágenes y los zapatos un poco polvorientos, volvimos al coche. Pero antes de arrancar, Leo preguntó:

—¿Mañana qué pueblo toca, papá?

Porque cuando uno viaja en familia, cada lugar se convierte en un cuento. Y cada cuento, en un recuerdo imborrable.

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