
Bolonia, la ciudad de los pórticos infinitos
Escrito por José Cotino
El pasado mes de septiembre, tuve la suerte de pasar una tarde mágica en Bolonia, en pleno corazón de Italia. Aunque fue una visita breve, de esas que se saborean despacio, fue suficiente para enamorarme de esta ciudad que muchos llaman “La Dotta, la Grassa y la Rossa”, por su universidad (una de las más antiguas del mundo), su comida deliciosa y sus tejados rojizos. Pero yo me quedo con otro nombre que también le va como anillo al dedo: la ciudad de los pórticos.
Un paseo por la historia desde la Piazza Maggiore
Comenzamos nuestra visita en el lugar más emblemático de Bolonia: la Piazza Maggiore. Esta plaza, enorme y llena de vida, parece sacada de un cuento medieval. A un lado se alza majestuosa la Basílica de San Petronio, una iglesia que me impresionó no solo por su tamaño (es una de las más grandes del mundo), sino por su curiosa fachada: la mitad inferior está cubierta con mármol blanco y rosa, mientras que la parte superior quedó sin terminar, como si el artista se hubiera ido a tomar un café y nunca hubiera vuelto.
Allí, en medio de la plaza, los sonidos de la ciudad se mezclaban con la música de los artistas callejeros. Había un chico tocando el violín que parecía sacado de una película y otro que hacía malabares mientras sonaba una guitarra. El ambiente era animado, alegre, lleno de vida. Los niños corrían detrás de las pompas de jabón gigantes, y nosotros, simplemente, caminábamos con una sonrisa en la cara.


Los pórticos infinitos
Después de un rato en la plaza, comenzamos a pasear por las callejuelas del centro histórico. Pronto entendimos por qué Bolonia es conocida por sus pórticos: ¡hay por todas partes! Se estima que hay más de 40 kilómetros de pórticos solo en el centro de la ciudad. Algunos son antiguos y de piedra, otros más modernos, pero todos tienen algo en común: protegen del sol, la lluvia y dan una sensación acogedora, como si la ciudad misma te diera un abrazo.
Caminando por esos pasillos cubiertos, nos sentimos como exploradores. Cada rincón parecía esconder una historia, una librería antigua, una bicicleta apoyada en una columna, o una panadería que olía a focaccia recién hecha.


Las Torres de Bolonia: las dos hermanas inclinadas
En medio del paseo, alzamos la vista y las vimos: las torres de Bolonia, conocidas como la Torre Asinelli y la Torre Garisenda. Son dos estructuras medievales altísimas que parecen vigías de la ciudad. Pero lo curioso es que una de ellas, la Garisenda, está visiblemente inclinada, tanto que parece que se va a caer en cualquier momento. Según nos contaron, durante su construcción empezaron a notar que el terreno cedía, y por eso tuvieron que reducir su altura para evitar un desastre. ¡Menudo susto debieron de llevarse los albañiles!
La Torre Asinelli, en cambio, sigue siendo la más alta y valiente. Se puede subir, aunque nosotros, con tanto calor, preferimos seguir paseando tranquilamente.
La Fuente de Neptuno y los secretos de su tridente
No muy lejos de allí, encontramos otra plaza fascinante: la Piazza del Neptuno, donde se levanta una gran fuente con una estatua de Neptuno, el dios romano del mar. Está en una postura muy poderosa, con su tridente en alto, como si estuviera a punto de dar una orden a las olas del Adriático.
Un detalle curioso que descubrimos es que, dependiendo del ángulo desde el que mires la estatua, ¡parece que el tridente se transforma en un tenedor gigante! Esto divirtió mucho a mis amigos, que empezaron a hacer fotos desde todos los ángulos posibles.


Un helado, un café… y mucha vida
Después de tanto caminar, encontramos una terraza perfecta bajo los pórticos y nos sentamos a disfrutar de dos grandes clásicos italianos: un helado artesanal (¡qué sabores tan intensos!) y un auténtico café espresso. La combinación perfecta para recargar energías.
Desde allí, observamos cómo la ciudad seguía su ritmo. Gente paseando, estudiantes con libros bajo el brazo, turistas mirando mapas, y algún que otro artista pintando en su cuaderno. Bolonia es de esas ciudades que no te empujan a hacer muchas cosas, sino a disfrutar del momento.
Un adiós con sabor a “volveré”
La tarde pasó volando, y aunque solo estuvimos unas horas, Bolonia se quedó en mi memoria como una de esas ciudades acogedoras, llenas de alma y belleza tranquila. Sus calles, sus torres, sus pórticos infinitos y su ambiente cálido me dejaron con ganas de volver, esta vez con toda la familia: Pepe, Lola, Nina y Leo. Estoy seguro de que a los niños les encantaría descubrir sus rincones mágicos y hacer una carrera bajo los arcos.
Si algún día pasas por el norte de Italia, no te olvides de Bolonia, esa joya rojiza que te abraza con sus pórticos y te canta con sus músicos callejeros.
¿Sabías que…?
- La Universidad de Bolonia fue fundada en el año 1088 y es considerada la más antigua de Europa. Por eso Bolonia es conocida como “La Dotta” (la docta).
- Los pórticos de Bolonia fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2021.
- La Fuente de Neptuno fue esculpida en el siglo XVI por Giambologna, y dicen que su tridente inspiró el logotipo de una famosa marca de coches italiana: Maserati.
¿Te animas a descubrir Bolonia con tu familia?
Yo ya estoy pensando en la próxima vez que nos volvamos a perder entre sus arcos.


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